No hace falta más que echar un
vistazo ahí fuera para tener claro que vivimos en la selva, y que es la ley del más fuerte la que
nos ampara. Tenemos nuestra manada, protegemos con la vida a nuestro clan, perpetramos
incursiones en terreno de otro macho alfa o detectamos enseguida a una hembra
dominante. Salimos a cazar, y matamos si hace falta en el momento que vemos
amenazado nuestro poder, nuestro territorio, nuestro status. Nos dominan los
instintos, los mismos que tratamos una y otra vez que desaparezcan. Controlar
los celos, la ira, el deseo, es el deporte de la modernidad. Llenamos los
gimnasios para descargar la energía que no gastamos en saciar nuestros impulsos,
las salas de yoga para encontrar la paz que a diario nos empeñamos en destruir.
Maquillamos nuestra esencia animal con todo lo que esté a nuestro
alcance. Todo lo que no pueda pasar por el rígido listón de la racionalidad y
la asepsia es tabú, lo desechamos, lo atribuimos a culturas subdesarrolladas y
ciegas. Bendecidos por la inteligencia postmoderna de la
tecnología, olvidamos lo que somos, la
esencia, la identidad.
Hace unos meses, Katia me
recomendó gentilmente un libro. Para las personas que son todo pasión
recomendar gentilmente es insistir,
porque sabes que lo que quieres para el otro es bueno. Cuánto me alegro
de los aún se saltan las normas de contención social y llegan a tu vida con
aires nuevos. El libro era Gente Tóxica,
de Bernardo Stamateas, y está lleno de pasajes
de una clarividencia absoluta, así como también es de gran ayuda a la hora de
perfilar personajes. Los mismos con los que luego hay que lidiar a diario, y no
solo en el papel. Al principio de uno de sus capítulos, una leyenda:
Una serpiente estaba persiguiendo a
una luciérnaga. Cuando estaba a punto de comérsela, ésta le dijo: "¿Puedo
hacerte una pregunta?" la serpiente
respondió: "En realidad nunca
contesto preguntas de mis víctimas, pero por ser tú te lo voy a permitir".
Entonces, la luciérnaga preguntó :"¿Yo te he hecho algo?"
"No", respondió la serpiente. " ¿Pertenezco a tu cadena
alimenticia?", preguntó la luciérnaga. "No" volvió a responder
la serpiente. "Entonces, ¿por qué me quieres comer?", inquirió el
insecto. "Porque no soporto verte brillar", respondió la serpiente.
Hay quien nace luciérnaga. Y
durante toda su vida, por mucho que se empeñe en ocultarse, brilla. Puede
ponerse todas las capas que quiera, puede renegar de sí misma y en su soledad
rezar para que se apague la luz que la hace ser diferente; pero brilla. Hay
quien nace serpiente, y por mucho que se afane en cambiar su piel, en cultivar
afeites, en disimular modales, en su esencia, es para siempre serpiente. Las
serpientes no se dedican a buscar y matar luciérnagas, ellas se dedican más a
inyectar veneno en todo lo que se mueve alrededor, pero si por casualidad vislumbran a lo lejos
alguna no pararan hasta que la hayan exterminado, o mueran en el intento.
Hoy era un día de esos en los
que solo me salían cuentos de serpientes... o de luciérnagas:
LA NOTA
Con los ojos encendidos,
escribió la nota cuidadosamente, con la mejor caligrafía que le dejaba su temblorosa
mano de uñas recién pintadas: “Nada me
contentaría más que te recuperaras, pero como al parecer no lo haces, voy a
intentar ayudarte…” A continuación le recomendaba unas tisanas que le habían
dicho que eran buenísimas para su mal, y la dejó en lo alto de su escritorio al
salir.
A ella, sin embargo, le
hubiera encantado escribir la verdad: “Nada me contentaría más que te murieras, pero como al parecer no lo haces,
voy a intentar ayudarte…”
P.d : Para aquellos deseosos de saber qué fue de
Isabelita Cela (ver post anterior), mientras me decido a continuarla o no,
pueden saciar su sed de venganza y otras oscuridades disfrutando de la lectura
de Luna Caliente, de Mempo Giardinelli. Una novelita corta que es inmensamente
grande en esos lances. Un disfrute.