Febrero, mes en que todo se
puede. Tiempo de contrastes en el que cabe la alegría de la Lujuria (ver post
anterior), y el dolor de la Melancolía.
Proliferan en febrero revoluciones y pérdidas, daños,
reyertas violentas, cascadas de personas persiguiendo posibles. El humo de
neumático lo inunda todo, y las fogatas de vigilia acompañan la soledad del
rumbo del mundo. El miedo. La desesperanza. El frío. Como si a los dioses se
les hubiera olvidado el hombre.
Darse una vuelta por los periódicos es más que a veces
desolador. Sin embargo, no hay evidencia científica o documentada que yo
conozca de que febrero sea más convulso que otros meses, y aunque se inicie el juicio de Juana de
Arco, Hernán Cortes parta a la conquista de de México o mueran Kant, Machado y Moliere,
también nacen Galileo, Bécquer, Verne, Dickens y Darwin. Se firman tratados de
paz y hay golpes de estado. No hay caso. Mirar a febrero como un caldo espeso
en el que nos hierven las entrañas y en
el que nos mordemos más a menudo que otras veces no deja de ser más que una
mera especulación, cuestión de vapores de magia.
Lo mismo llueve que hiela. Sale el sol también a hurtadillas
recordándonos la primavera, como para que no caigamos en la desolación. En esta
atmósfera pesada, salpicada de imágenes cruentas que me acompaña estos días, convive también el regusto del
último libro que ha dormido en mi mesilla, que me he leído como quien lee un
libro de historia. Y claro, va de conflictos: los orígenes y evolución de la
guerra en la que aún se destruyen a diario Israel y Palestina. Eso y un repaso
a la historia de la Europa del siglo XX. Todo eso y más es Dispara, yo ya estoy
muerto, de Julia Navarro. Me alegro de haber pasado por alto mi propio
prejuicio sobre el libro que más suena en el año, que casi siempre es el que no
me leo, y lo recomiendo para aquellos que os guste la historia, la trama de los
conflictos armados y las lecturas extensas.
No nací en febrero, pero casi. Será esa proximidad al mes de
los locos lo que hace que a nada que empieza, se me pongan bocabajo los
centros. Es llegar febrero y se me revolucionan los pulsos, se me encoje el
corazón.
Suelo pasearme por este mes tipo alma en pena,
replanteándome todo lo imaginable, revisando principios y decisiones libres. De tanto arrasárseme los ojos acaba
por inundárseme el alma. Casi nunca llega la sangre al río, febrero es corto, y
alguien inventó el Carnaval, y las letras de las comparsas.
p.d:
Gracias Gloria, por acordarte, veintitantos años después, de un comentario que
hiciste en una de tus clases de Filosofía, y por pegarme la manía de mirar
febrero con otros ojos desde entonces; y por tantas cosas.