domingo, 27 de julio de 2014

La Palabra

     "La palabra es un poderoso tirano, capaz de realizar las obras más divinas, a pesar de ser el más pequeño e invisible de los cuerpos. En efecto, es capaz de apaciguar el miedo y eliminar el dolor, de producir la alegría y excitar la compasión" Elogio a Elena.- Gorgias.


   Hay para quienes, en el mundo, no hay más que palabras, y son las palabras las que construyen el universo.
     Hay a quienes les duele la incertidumbre de un silencio infligido más que un látigo que les rasgara la espalda; quienes sangran más por una palabra asestada que por la herida de una daga. Son esos a los que, cuando caen de rodillas en la batalla, no les acompañan los zumbidos agudos de las balas, ni el silbido cierto del acero de la espada, sino los ecos unas frases letales.
    Hay quienes, cegadas por el sol de que las quieran, no distinguen entre el amor y las lisonjas adornadas de adjetivos y nombres, de verbos en tiempos de promesas.
     Hay tanta Elena, tanta Inés desvalida y sola en medio del mundo.


CHICA

     - ¡Pero chica!, ¿Tú qué haces aquí?
     No fue la cara de sorpresa embarazosa que puso al abrir la puerta, a pesar de la amplia sonrisa de dientes perfectamente alineados y completamente blancos que la fascinaban ,ni la distancia que marcó desde que no se le iluminó la cara y se acercó a darle dos besos nerviosos . En las mejillas.
     Ni siquiera fue que no la invitara a entrar inmediatamente, ni que se excusara diciendo que estaba sudado porque acababa de llegar de una reunión maratoniana y aún no se había duchado para no abrazarla. 
     Fue la manera en que dijo "chica".
     Ella había dejado la maleta a un lado, apoyada en la pared al lado de la puerta, donde él no podía verla, porque suponía iba a saltar a horcajadas sobre él nada más abriera la puerta, para explicarle entre besos que se le salía el corazón del pecho de la emoción de haber venido para quedarse. Trescientos kilómetros no es nada, se habían dicho millones de veces por teléfono, email, wassap, desde que lo trasladaron. Y por fin ella se había decidido a dejar atrás otra vida, como tantas veces habían soñado, había hecho la maleta, y se había presentado desnuda, sin más armas que su mirada a decirle por fin, que sí, que se quedaba para siempre.
     Pero entonces él dijo: "chica". Y ella desconectó. Dejó de escuchar sus excusas que ya caían en cascada en el reguero de sangre acuosa que se había convertido su cerebro. Y murió de pie, como los árboles, aguantando la sonrisa y diciéndole que no se preocupara, que hiciera lo que tuviera que hacer, que iba a dar un paseo y que después volvería. Que no se preocupara, que no conocía la ciudad y qué mejor momento para dar una vuelta. Que no pasaba nada, que no se preocupara. Sí. Una media hora. Vale. Y se cerró la puerta.
     Siempre llevaba un pequeñísimo botiquín en el bolsillo exterior de la maleta. Una manía. La había sacado en alguna ocasión del apuro de cortarse la yema del dedo con cualquier saliente, con el afiladísimo filo de un documento. Gajes de secretaria. Desde que el año pasado en aquel viaje a Loira se quemó sin querer con el café hirviendo en la muñeca, también llevaba un rollo de esparadrapo, y gasas.
     Se ató cuidadosamente la mano al asa extensible de la maleta con ruedas con todo el rollo de esparadrapo. Fuerte. Comprobó un par de veces que no se soltaría con un tirón seco. Llamó al ascensor y subió los nueve pisos que le faltaban para el ático, según rezaba la leyenda del botón que coronaba aquella fila perfecta de lucecitas verdes. Con decisión, recorrió deprisa los metros que la separaban del pequeño murete exterior, y tiró con todas sus fuerzas la maleta por lo alto de la tapia del ático, lo que en su pueblo siempre se hubiera llamado azotea.




domingo, 13 de julio de 2014

Oblivion

      El calor me abrasa. Se me derriten las sienes en la sábana. Se me baja la guardia, y, pasados los primeros días de acostumbrarse, camino por ahí con la mirada perdida y las pupilas dilatadas de sombra, dejándome arrastrar por las corrientes del viento.
            Me asalta, y me gana, la desmemoria, ese placer anhelado de la mente rasa, cual si, habiendo llegado a la laguna, hubiera escogido el río Lete, cuyas aguas provocan el completo olvido. Pero se queda solo a ratos. En los huecos, es la nostalgia quien me habita. Me da la sed inmensa del recuerdo, me cambio de río, revisito sitios, releo libros y arreglo estanterías.
            No cierro por vacaciones porque bajo el efecto narcótico de las aguas se alivia el retorcimiento de los sintagmas y se palian gravedades, que ya habrá tiempo de Tortura, que vendrá.

                   
                 RECUERDOS

               Rodri. Si. Rodri. Era Rodri. Creo. No. Seguro. Rodri. He mirado de reojo a la cola que hay detrás de nosotros en la recepción del hotel Superbeach, Tierra-mar-golf-caribe-resort, para hacer el check-in y lo he visto de refilón.
        Esa nariz puntiaguda, torcida solo en el último centímetro y esa anchura de espaldas lo confirman. También el lunar en la mejilla. No pasan los años en balde, y al igual que a mí, a Rodri le han caído unos veinte kilos encima, a ojo, uno por cada año que hace que no nos veíamos. Bueno, yo que venía a desconectar y mira por dónde me encuentro con un compañero de Facultad. Rodrigo Martos, Ojeda, creo...¿ o era Crespo?. De momento no me ha visto, lo mismo ni me reconoce. Mis kilos no son veinte, pero son unos cuantos, y además a mí me han caído una cantidad considerable de colores de tinte, alisadores, cortes de pelo, arrugas, y gravedad.
          Tres niños irrumpen con escándalo en la cola, añadiendo a la ya ruidosa recepción la algarabía propia. Vuelvo a mirar. Joder. Tres, y la señora embarazada. Tomaya. No está mal para quien pensaba no casarse y presumía de militar a la izquierda del amor libre. Vale que con los años uno se vuelve pelín conservador, pero leches, este se ha tenido que hacer del Opus.
            Tela. Rodri. Del Opus. Con ese gusto que tenía por la sodomía, que en las fiestas iba de una en otra preguntando si se dejaría igual que el que preguntaba y tú qué estudias. Menos mal que el día que acabamos en aquel sofá de escay no estaba para pedir nada y nos limitamos al sexo convencional de borrachera. Qué incomodidad. ¿Se acordará? ¿Y ahora qué hago yo? Una semana esquivándolo en el comedor y en la piscina, ya me veo. Todo para no encontrármelo de sopetón y que me lea en la cara que no se me ha olvidado la particularidad de la torcedura, exactamente igual que la de la nariz, que tiene más abajo. Que no he visto otra igual, vamos. ¿No se podría una olvidar de algunas cosas?
             La voz del recepcionista, rotunda y melosa de locutor de telediario, y por lo alto de los ciudadanos de a pie que esperábamos más o menos pacientemente que nos atendieran haciendo cola, dijo:
           - Señor Don Gonzalo Ekiza y familia. Por favor, pueden dirigirse a su bungalow. Ya está todo preparado. Uno de nuestros empleados les acompañará. Ya tienen el servicio esperando en la puerta. Por aquí, por favor. Disculpen la espera y las posibles molestias.
           Pues hay que ver lo que se parecía a Rodri... Dios... sí que estoy nostálgica estas vacaciones.

         P.D: Cuentan las leyendas  que en las aguas del río de Ginzo de Limia ,en Ourense, te sumergías, y como en el Lete, el olvido te habitaba. Aún hoy lo celebran, la festa do esquecemento, la llaman. La fiesta del olvido. Debe ser ese olvido, intermitente, pues a los gallegos les queda morriña eterna.