domingo, 28 de diciembre de 2014

Aniversario



"Hay personas, que parecen no pensar más que con el cerebro [...],mientras otros piensan con todo el cuerpo y toda el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones, con el vientre, con la vida" - Del sentimiento trágico de la vida- Miquel de Unamuno.



  Hace exactamente un año y dos días que hago Terapia. Esta Terapia Opuscular y extraña que ha conseguido que me habite la sonrisa. 

     Decían que me haría bien, y me hace, aunque no me ha curado ese síntoma definitorio de la locura literaria de que me asalten personajes o historias en cualquier parte. Lejos de hacerlo, ahora parece como si no encontraran mejor sitio que el mío para invadir territorio. Creo que al final voy a acostumbrarme. 

   Guardo especial recuerdo de Isabelita Cela, y su crecimiento en trilogía : La caja (enero),Doña Isabel (junio),Tregua(agosto), precuela incluida con La diosa del muro (noviembre). Aún siento el suave roce de Un Delantal (mayo), y el nudo en la garganta de Despertar (diciembre). Tengo todavía los ojos atónitos de El muro (marzo), y las manos ensangrentadas, de Asepsia (octubre). El cuerpo horripilado y el escalofrío de Paciencia (octubre). Perdura la sonrisa de El anillo, justo en el post anterior. 

     En todos hay algo de mí y algo de vosotros. Todos y cada uno han tenido en vuestros comentarios su minuto de éxito o de fracaso, sus momentos de alegría. La mía es leer a los que dicen "hago terapia" o la llaman directamente "mi Terapia". A todos ellos, y también a los que no comentan pero leen, gracias por darme viento en las alas para seguir viniendo, me cure o no.

     Y como es Navidad, como al principio, un regalito:

LA NOTICIA

     Desde pequeño aprendió con disciplina las reglas. Papá y mamá le habían repetido hasta la saciedad la importancia de recordarlas siempre y sin excepción. Olvidarlas un momento, relajar la vigilancia, un fallo, podía ser mortal de necesidad. 

      No comer, no tocar, no rozar siquiera mejor, con ninguna parte del cuerpo, a ninguno de su especie, ni similar, ni a nadie que los hubiera tocado con anterioridad. Bastian había heredado de su madre la alergia fatal que los mantenía alejados de aquellos manjares que para ellos eran veneno. Su pesadilla se acentuaba en Navidad, cuando la casa se llenaba de familiares, ruidosos e inquietos, y la mesa de salsas, sopas, dulces y cremas,y lo que era peor, de platos de esos horrendos bichos rojos de múltiples patas, bigotes interminables y horripilantes ojos negros saltones.

   Berta mantenía en la cocina un orden férreo, casi dictatorial, y con un sistemático caligrafiado indeleble, hacía que en estos días de tanto jaleo, cada comensal llevara su nombre en los platos, vasos y cubiertos, y nada que fuera a llegar a los labios de Bastian y su madre estuviera contaminado. 

  No se habían servido aún los entrantes cuando Emilia quiso tomar la palabra y comunicarles a todos la noticia. Después de siete años intentándolo, por fin, estaba de nuevo embarazada.

   Los tíos, cuñados, sobrinos, primos y primas fueron un clamor, y copas en mano, se deshicieron en brindis y felicitaciones, aplausos , besos, y buenos augurios para el futuro. 

  Todos, menos Bastian, que se perdió en el tumulto de abrazos y algarabía, salió corriendo y se metió en la cocina, donde Berta lo encontró, rotulador en mano, dibujando a la perfección en uno de los platos de sopa de marisco, un rabito que convertía una o en una a.

martes, 16 de diciembre de 2014

Sorpresas

     
  No me disgusta equivocarme con frecuencia, sobre todo porque de toda equivocación se aprende. Si además de mi error lo que se desprende es un beneficio para mi salud, pues una empieza a pensar que ya se podía haber equivocado antes.

      Mi resistencia de los últimos años a la actividad física disciplinada y continua alcanzó su final cuando por fin hice caso a uno de los miembros de mi equipo médico de cabecera, en versión fisioterapeuta, en clara confabulación con la parte más persistente de mi familia.

     Por fin les hice caso y comencé con mi particular escucha tu cuerpo, mima tu cuerpo. Con lo difícil que es conservar la sonrisa a veces en esos trances, y lo que yo me río en las clases. Será que además de la salud física, también me viene bien para la salud mental… ¿o no?.

     Para ese grupo de sufridoras del abdominal, luchadoras férreas en los ejercicios de laterales, y miembros de la resistencia eterna a la reiteración de los de glúteos; gráciles danzarinas de la grulla y amazonas incansables de la pelota gorda, a las que trato de imitar, con más o menos suerte, desde hace un par de años, para ellas, este relato, como cuando no había de dónde, y regalaba cuentos, este, para darles las gracias. También para ellos, que aunque en número menguado, no hay paloma, baby- cobra o perro al revés que se les resista. Me consta que, tanto entre ellos como entre ellas, los hay seguidores de esta terapia tan particular.



EL ANILLO


       Después del divorcio, volví a la ciudad y me puse a buscar gimnasio. Necesitaba un sitio donde poder seguir con mis ejercicios para aliviar mis problemas de espalda, un lugar discreto donde no tener que dar demasiadas explicaciones sobre cómo me lesioné.      Encontré aquella sala en el segundo piso de un concesionario de coches, en un polígono apartado a las afueras, casi al lado del campo, y me pareció ideal. Las clases combinaban Pilates, taichí, yoga, pesas... el tratamiento perfecto para mi espalda, y también para mi entusiasmo. 

      Todo cristaleras al exterior, era hermoso poder contemplar el horizonte como una bella recompensa cuando, en el extremo esfuerzo de los abdominales más dolorosos, conseguías levantarte una y otra vez. 

      Un esqueleto anatómico, que nos contemplaba impertérrito desde la esquina más alejada de la tarima de los monitores, amenizaba a la perfección el ambiente de los turnos de noche. Aunque muchas alumnas lo utilizaban de perchero, y casi siempre andaba cubierto con un par de chaquetas, no pude evitar fijarme en que llevaba, en el dedo corazón de la mano derecha, un anillo que me parecía precioso, de un gusto delicado para que lo llevara puesto un esqueleto. Un día de estos, preguntaría. 
      Al final de la jornada, un cacareo alegre de despedidas cruzadas, risas y comentarios nos acompañaba según bajábamos las escaleras e íbamos saliendo del edificio y tomando diferente camino. El ambiente me resultaba amistoso, familiar. Por eso no tuve dificultad, algunas semanas después de comenzar a asistir al último turno, para identificar con claridad las voces en la conversación que escuché sin querer al final del pasillo del supermercado, tapada a sus ojos por la pila de los cafés. 



- ¿Te has fijado en la nueva?


- Sí.

- ¿Y no te recuerda a nadie?

- Por Dios, Mari, claro que sí. 

- Es que es igualita, igualita, parece prima o algo. Mírala. Ni suda. Tan mona. Tan estilizada, tan pintadita. Y con esas pintas. Toda conjuntada, pero yo no sé de verdad dónde se creen que van. Y ya no es tan joven, que sus arruguitas las tiene, no creas que no. La otra era más joven me parece a mí. El otro día se hizo los doscientos abdominales como si nada, que la vi yo, que me puse detrás y la estuve observando y no se paró ni una vez. Y se levanta, la tía, como si eso no costara años de esfuerzo. Y cuando Felipe aconseja no cargarse, va ella y coge pesas, que es que es muy chula, y luego va y dice que no tiene agujetas. Vamos, vamos... y esa sonrisa que no se le cae de la boca…

- Frena, que te veo venir.

- ¿Que me ves venir? ¿Qué quieres decir con que me ves venir? ¿Pues no va a parecer que ahora tengo yo la culpa de que la otra se abriera la cabeza?. En la escalera estábamos todas, todas lo vimos, ¿o no? Se cayó e-lla-so-li-ta. Y qué aparatosa la sangre, parece que todavía estoy viendo el reguero en los escalones. En el del final en el mismo momento goteaba y todo, que estuvo un par de días el charco aquel...yo misma fui después a ayudarle a Purita, y no veas lo que costó quitarlo… ¿Qué hará.... por lo menos siete u ocho años, no? Dijeron que no se acordaba de nada cuando salió del hospital, que fue el marido el que insistió en que se mudaran.

- Pues no sé... yo ya no me acuerdo.

- Pues yo sí, y bien que me acuerdo. Y te digo una cosa...esta...que ande lista... que lo mismo le ponemos otro anillo al esqueleto.



lunes, 1 de diciembre de 2014

Cuestión de tiempos



"A veces nos miramos / muy dentro de los ojos / como si descubriéramos / detrás de nuestro asombro / que los años no vuelven / ni hay tiempo de retorno. / Y es que al final la vida / se marcha sin nosotros"
Francisco Rivero



   No me canso de asquearme de estos tiempos de adoración al cuerpo hueco, de reverencias a una impostada y eterna juventud. 

     Seguidores creyentes de Dorian Gray, huimos despavoridos de lo que podremos ser.Y denostamos la arruga, el peso, la lentitud. Miramos al viejo con desprecio, como si fuera de una especie inferior. Nos repelen sus manchas , la piel de papel cebolla, sus humores opacos. Nos desconcierta su tiempo lento y desorientado. Eludimos su reiteración cansina, su aliento entrecortado, evitamos a prisa ese olor que nos barrunta muerte.

     Y contemplamos, ajenos y aterrados, la ancianidad que viene y que nos persigue, que se alimentará de nosotros siempre demasiado pronto. Cuán quisiéramos más una muerte joven y bella.

     Quién sabe, si seguimos educando así, quizá, cuando los jóvenes de ahora se tornen viejos, no tengan ni una mano valiente que les ayude a comer. Hay quienes, ni siquiera por la amenaza de verse en ese espejo, muestran el respeto que se debe a quien lo merece simplemente por haber vivido.



DESPERTAR

     Antes de prepararse el desayuno esta mañana lo metió en la bañera, no sin protestas ni dificultad. Después volvió a abrocharle, esta vez bien, los botones de la camisa, y del chaleco, y lo sentó luego a la luz que entra por la ventana de la terraza. Palangana en mano, le puso los pies a remojar y le cortó las uñas , y las de las manos. Lo afeitó con cuidado y le recortó el bigote.Después de desayunar fueron juntos a dar un paseo, corto, hacía frío.

     A la tenue luz de la bombilla del salón, de madrugada, el recuerdo del paseo le parecía de hacía siglos, quizá porque ya le vencía el cansancio. El programa de la muchacha esa tan alta de la que nunca se acordaba el nombre se le había hecho eterno, incluso reconocía que esta vez sí que había dado un par de cabezadas en el sofá. Él hacía horas que dormía. Eso de que los viejos duermen poco parece que sólo valía para ella.

     Como cada noche, se ajustó bien la alpargata izquierda, la que había tenido que romper porque no le cabía el juanete, para no tropezar con el escalón de la entrada a la cocina, que ahora le parecía demasiado grande, ya ves que, cuando pusieron el suelo encima del otro, no le pareció en absoluto, claro, que de eso hacía ya muchos años. Se levantó, no sin maldecir la esencia misma de la que estuvieran hechos los huesos para que dolieran tanto, dispuesta a dejar todo en su sitio antes de irse a la cama.

     Se aseguró que todas las ventanas estuvieran cerradas, el enchufe de la estufa quitado, los grifos apretados para que no gotearan y la cerradura de la puerta del piso con las dos vueltas de la llave. Justo antes de irse a su cuarto, como cada día, se acercó a las llaves del gas de la cocina, para comprobar que todas estabas bien cerradas. Esta noche, sin embargo, volvió, una a una, a hundirlas con cuidado y retorcerlas bien hacia la izquierda, y las dejó abiertas.

    El secretario del juzgado, el del desahucio, llegaría a las nueve del día siguiente, al menos, eso le habían dicho.