domingo, 20 de diciembre de 2015

Las viejas armas

-En el mundo, ¿hay algo más que palabras?-


     Echo de menos la palabra. Esa, que enarbolada cual estandarte se mantenía inhiesta hasta el alarido final del aguerrido soldado que sostenía el pendón, esa por la que se invadían territorios, por la que se entregaban vidas, y que se codeaba hasta en las más inusitadas ocasiones con el honor. La misma que abría puertas, levantaba pasiones, enternecía corazones de hierro y arrancaba suspiros en el jergón.

     Echo de menos cuando era la palabra lo que comprometía los actos, a la que no se faltaba salvo en circunstancias extremas o demenciales. La que se pronunciaba justa, variada, serena y con conocimiento. La que se medía a veces en extremo para no tener que retractarse, la que se escogía con cuidadoso mimo para expresar con exactitud los pareceres. Y a la que sonaba a miel, a la que enaltecía las almas, a la curaba heridas y a la que desataba huracanes.

     Ahora, como blasón inequívoco de nuestra decadencia, la pisoteamos y ultrajamos, la tratamos como a cualquier puta. Leguleyos infames, la despellejamos, le damos la vuelta, la masticamos de mala manera en lugar de pronunciarla y hacemos con ella de nuestra capa un sayo, a gusto de nuestra conveniencia. Y con ella, se van por el desagüe de nuestra inconsciencia nuestro honor y conocimiento, la esperanza de ser, si no mejores, al menos iguales a lo que fuimos, lejos del desidia inepta del todo vale.


LA PROMESA

     Había jurado, sin que le salieran las palabras de los dientes apretados, que si pudiera, la mataría. Sin embargo, la vida no le había dado una oportunidad certera. Cuando terminó el colegio su familia se mudó a otra ciudad y con el devenir de la vida se fue olvidando de aquella promesa que con tanto ahínco repetía cada noche, justo después del Jesusito de mi vida.

     Hasta hoy, que la descubrió horrorizada entre el barullo de la gente que se agolpaba para llegar a tiempo a coger el próximo metro, y no pudo evitar dar un par de empujones más para abrirse paso y colocarse cerca, como si necesitara cerciorarse. 

     Amparada en la prisa, le tocó por detrás lo justo en el tacón del zapato con la punta del bastón, lo suficiente como para que perdiera el equilibrio y cayera de bruces hacia el andén.

     Que se golpeara en la cabeza justo con el saliente de la plataforma y que los sanitarios no pudiera reanimarla fue solo un golpe de suerte.

     Cuando llegó a casa, le contó apenada a su hija y nietos que tenían que tener en cuenta los esfuerzos que hacía para cada año ir a comprarles los mejores regalos. Sin ir más lejos, una mujer de su misma edad había tenido un accidente entre la multitud que cogía el metro y que había muerto, justo delante de ella. 

     Ninguno de ellos vio, porque no miraban, el brillo en el ojo y la media sonrisa con que se quejaba de que bien podría haber sido ella.

8 comentarios:

  1. Yo también echo de menos la palabra, Mila.
    Excelente entrada para una noche de escrutinio, noche de palabras y promesas ya olvidadas.

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    1. Gracias Katia, nunca se pierde la esperanza de ver la promesa cumplida de un futuro mejor.

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    1. Qué bueno eres tú, que me regalas con tanta generosidad las tuyas.

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  3. Saramago dijo que si la literatura pudiera cambiar el mundo, ya lo habría hecho. Y es verdad, y también es no-verdad, porque hace que cambie, cada uno, el mundo que individualmente conforma para sí. Yo añado que la palabra mal usada cambia el mundo para mal.
    Gracias por esos giros en los relatos que hace que me estremezca cada final.
    Un beso enorme.

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    1. Gracias a ti, Guillermo, por estremercete, y por mimar las palabras en tus poemas.

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  4. Querida Mila! Conoces mi debilidad por los pre..... Me dejaste sin palabras! Sensacional. Mil gracias.

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    1. Mil gracias a ti,querida Ro, por difrutar tanto de los pre. Besos.

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