domingo, 17 de enero de 2016

Olímpicos



"citius, altius, fortius"

     Dicen que son altaneros, soberbios, suficientes. Porque muchas veces parecen ciegos, a una distancia insalvable del resto del mundo.

     Dicen que son petulantes, engreídos, presuntuosos. Porque en la mayoría de las ocasiones no pueden parar el ímpetu que les mueve a aportar su visión de las cosas.

     Dicen que son altivos, arrogantes, presumidos. Porque tras la pátina opaca de nuestra ignorancia, solo se ven sus éxitos.

     Lo que no dicen, es que siempre se les pide más, y nunca que les mide por el mismo rasero.

     Lo que no dicen, es que para ellos, un milímetro de fracaso es un abismo insalvable con el que no pueden respirar.

     Lo que no dicen, es que, ahogados en la envidia, solo venderíamos el alma para verlos hundidos.

     Supongo, pienso, creo, sé, que siempre se puede hacer mejor. Desde la cómoda atalaya que ahora regala el tiempo, cuando antes te ha escatimado la distancia, no es difícil verlo. Más, si con el único y cálido abrazo de picar cebolla, se te arrasan los ojos.



ODIOSA

     La odiaba desde siempre, no me da vergüenza reconocerlo. La odiaba mucho, y más a medida que fue pasando el tiempo.

     Llevé a duras penas su vida académica, cuando sus logros superaban con creces los esfuerzos.

     Supuse que no sería garantía para que viviera bien, pero como casi siempre, fui yo la que me equivoqué.

     Me asqueó después ese rictus serio cuando encajaba los reveses del destino, rota quizá, pero jamás hundida, siempre dispuesta a resurgir de cualquier contrariedad. Nunca pude comprender su templanza. 

     No soporté su eficiencia, su cara de saberlo todo a todas horas. Su brillito en el ojo y su sonrisa cuando por fin había comprendido el por qué de las cosas. Sus soluciones claras, lógicas y medidas.

     No veía el día de establecer distancias.

     Por eso, aquella noche mientras andaba dormida, abrí la ventana, y con mucha dulzura, le susurré por dentro: Tírate.