domingo, 24 de agosto de 2014

Desidia de guerra



  Me ablando con los años, no me acostumbro a la guerra. Y no es solo que no pueda lidiar con la visión de niños que saltan en pedazos, ni que no se aclimaten mis ojos al brillo de los misiles en pantalla grande, es que no digiero la propia, la de todos los días. 

     Esa guerra de mirar al frente y tratar a psicópatas, meteculpas, falsos o depravados como quien no quiere la cosa. Los malos de a diario. Donde no hay defensa posible más que aguantar o claudicar. Apretar los dientes, bajar la cabeza, seguir hacia adelante.

   Con pereza infinita, he bruñido la armadura, he amolado la espada, he ajustado los correajes. Una pena llevar siempre el talón al descubierto, el corazón en la mano y los ojos glaucos, donde no hay lugar para esconderse.

     Se acerca el invierno, como antes lo hacían los Idus de marzo. Me falta el aire y casi con nada se me llena el cubo de las angustias. 

     Y mientras encuentro trinchera, de parapeto, una sesión de Terapia.

TREGUA


     Era cuestión de tiempo. Al principio había evitado los lugares demasiado concurridos, los mercados, las ferias. Le daba la sensación de que esos eran los mejores sitios para que él se le acercara por la espalda, y sin que los vellos de punta del presagio la avisaran, encontrarse a su merced.

    No había sido difícil convencer a Rafael de que la derrotaba el calor inclemente de aquella ciudad y que necesitaba aclimatarse para no dejarse ver demasiado los primeros meses. Pero luego, pasando los días, se convenció de que el miedo de encontrarse con Paul era seguramente solo el fruto de imaginaciones propias de la edad en la que se revisita el tiempo, comenzó a salir y entrar sin medida, a asistir a las fiestas, y lo olvidó.

     Por su parte, Paul no había dejado de observarla, desde aquel primer día en que volvió a encontrarla y resolvió terminar con el peligro de su existencia, había seguido todos sus pasos buscando el mejor momento de abordarla. 

   Sin embargo, las ganas de matarla se le hicieron agua cuando siguiendo el tam tam rítmico de sus tacones, la alcanzó al final de aquella calle oscura y le susurró al oído : " Isabelita", y pudo respirar el calor de su cuerpo. Le tembló la mano en el bolsillo, y soltó la navaja.

    Doña Isabel, que hubiera reconocido aquel susurro incluso bajo tierra, apretó los puños, recompuso todo el orgullo que su pequeño cuerpo podía contener para no darse la vuelta, a sabiendas de que de hacerlo, y enfrentarle la mirada, no iba a poder dejar de caer rendida a sus pies, y como si hubiera adivinado que Paul ya no quería matarla, respiró hondo y mintió: " Vete, ya te olvidé".

domingo, 10 de agosto de 2014

Simbiosis

"¡Sí! el Hombre , cuando ama, es un sol que todo lo ve y todo lo transfigura; cuando no ama, es una morada sombría en la que se consume un humeante candil" 
-Hiperión-

        Parece que la Amistad, esa simbiosis divina que nadie sabe cómo surge, en qué se basa y en la que no hay reglas que sirvan para todos, se acentúa cuando media la distancia. Echo de menos cada uno de los días a amigos que perdí y a otros que ya no frecuento. No los quiero como el primer día, en el que suelo mostrarme torpe, distante, esquiva, sino como el último, en el que hubiera dado lo que fuera para que no partieran.
        Ya no cultivo las despedidas. Dejo fluir la vida a donde a cada uno nos quiera llevar, y con los ojos y con las manos, y con la risa, he disfrutado cada día que hemos podido compartir juntos. Y el amor...¿es otra cosa?
     Hay pocas cosas comparables al abrazo desinteresado de una amistad sincera. También hay quien piensa que eso no existe, que somos lobos, que sólo estamos aquí para devorarnos; que una vez saciada la sed que en los principios el otro te provocaba, sólo cabe destruirlo, para que no pueda airear tu debilidad. Hay quienes se especializan en cortar alas, intentando en vano perpetuar dependencias.




EL LIBRO


      Creía, hasta ayer, que lo quería.
     Les había llevado interminables horas de trabajo terminarlo. Le habían robado el tiempo al sueño, a las vacaciones, a la familia. En una carrera febril, habían investigado, documentado, planeado y montado todo el libro en pocos meses. Carlos escribía, Juanma buscaba, leía, revisaba, comentaba, le ayudaba en todo lo que podía para que cumpliera su sueño.
    Al fin estaba terminado. Carlos le echaba el último vistazo a las galeradas. Iba apurado, había quedado con Juanma para tomarse unas cervezas para celebrarlo. El responsable de la editorial había sido claro: tenía sólo un día más para enviar la versión definitiva. 
      En el último segundo, Carlos presionó tantas veces la tecla "Supr" como espacios tenía Juan Manuel Méndez. Y quedó su nombre a solas en el dibujo de la cubierta. Guardar. Enviar. Enter. 
     Lo habían compartido todo desde que se conocieron. La juventud, las juergas, las chicas. Las bodas, los bautizos, las comuniones. Pero entonces llegó ella. La única tan fuerte como para separarlos para siempre. Seguro que  de llamarse Elena, o Sara, o María, hubiera tenido menos éxito que de llamarse Codicia.



p.d: Debo la cita del principio a Gloria, que me la escribió en un libro que me regaló en 1991. Puede que parezca que la cita era más  regalo que el libro, ya que esta ha perdurado en mi memoria, y el libro ,El arte de amar, de Eric Fromm, pertenece a esa categoría de "esas cosas.. ¿quién las lee?", bien es verdad que a mí eso me ha fascinado siempre. Sin embargo, y tras tantos años, se ha más que demostrado, que el regalo era ella, como profesora y como amiga. Siempre gracias, Gloria.