sábado, 25 de octubre de 2014

Ave Fénix



"En otro tiempo, si mal no recuerdo, mi vida era un festín en el que se abrían todos los corazones y en el que se derramaban todos los vinos. Una vez senté a la belleza sobre mis rodillas, y la encontré amarga. Y la injurié."- Una temporada en el infierno. Rimbaud. 


   Me adentro en esa edad incierta en la que ya no son tan cómodos los espejos. Esa en la que no corres persiguiendo quimeras aunque aún te queden energías para hacerlo.Es ahora, cuando pasadas las lejanas angustias adolescentes, tomadas casi todas las decisiones importantes, miras alrededor y con meridiana claridad ves quién eres. Además, una luz intensa te ilumina la absoluta certeza de saber quiénes son los otros.

     Ya no hay refugio en los congéneres, ni lugar para el arrepentimiento. He dejado de contar las veces que he vuelto a levantarme devastada de esas batallas. Acogerse a sagrado cuando ya no se puede enfrentar la pelea y huir es lo más sensato. Ninguno de nosotros, a estas alturas, queda libre de culpa.

    Mi personal sanitario de cabecera no me da el alta. Me estudié bien el papel, me aventuré a salir, incluso he dejado de matar a veces: Isabelita Cela no murió, me fui un domingo de orgía y me resistí con todas mis fuerzas en la historia de la pérfida médico.Pero no hay caso. Coinciden unos y otros en que me queda rabia, y sangre. Como quien te dice no hagas fuego aunque tengas frío, y te da un mechero.Ni que la vida fuera otra cosa que una locura incierta.

      Tengo que decirles que en realidad sólo he estado presa del vértigo amarillo... pero esa es otra historia... para otra Terapia.


ASEPSIA

     Cuando ella se fue cambié las sábanas, las toallas. Limpié con lejía el baño y hasta cepillé con fruición y cuidadosamente las juntas de los azulejos de la bañera. Aspiré el sofá. Lavé cortinas y fregué los muebles. Con la tercera pasada de fregona al suelo quedé satisfecho.

     No importa cuántas veces desde entonces había repetido ese ritual a conciencia, al poco tiempo, empecé a hacerlo en la ducha. Veinte pasadas de esponja de crin y gel perfumado en cada brazo, antebrazo, muslos, gemelos. Treinta en el pecho y vientre. Treinta en la espalda, a cepillo. Cuarenta en los pies. Cincuenta en cada mano. Anverso y reverso. Las uñas. Las orejas. El pelo.

     Creí estar haciéndolo todo bien, sin embargo, años después, sigo sin comprender por qué cada vez que me acerco las manos a la cara puedo aún aspirar el olor entre amargo y dulce de su sangre.

domingo, 5 de octubre de 2014

Grandes tristezas


"El alma, no hace ni padece nada sin el cuerpo" Aristóteles

  Me espanta la cruda  realidad de contemplar que, cuando nuestro microcosmos es amenazado, haríamos cualquier cosa para conservarlo. 

     No nos basta manipular, mentir o engañar. Llegada la ocasión, mataríamos a cualquier hijo de vecino, aunque de momento, nos contentemos sólo con desearlo. Nos esforzamos en esconderlo, sin embargo, al odio solo le interesa que esa persona, no exista. Dentro de cada uno de nosotros hay un animal latente que no entiende de razones ni miramiento. 

     Tienen suerte, algunos, de no padecer grandes tristezas.




PACIENCIA

     A la salida del teatro el barullo era tal que se entretuvo un segundo a saludar a una vecina, y perdió en el tumulto a su marido.

     Segundos después, desembarazada de la bulla, vio a lo lejos cómo él conversaba con pasión con alguien de quien, desde su sitio, sólo podía ver los zapatos. 

    En el trayecto, y no sin esfuerzo, pudo cambiar la fulminante mirada por una sonrisa educada que mantuvo impertérrita mientras soportaba las presentaciones. 


   Sólo pudo apaciguar su odio a la mañana siguiente, cuando abrió el ordenador y manipuló el sistema para colocar su nombre en la lista. Ya solo tenía que tener paciencia. Tarde o temprano vendría a verla. Ahora, ella, era su médico.