"En otro tiempo, si mal no recuerdo, mi vida era un festín en el que se abrían todos los corazones y en el que se derramaban todos los vinos. Una vez senté a la belleza sobre mis rodillas, y la encontré amarga. Y la injurié."- Una temporada en el infierno. Rimbaud.
Me adentro en esa edad incierta en la que ya no son tan cómodos los espejos. Esa en la que no corres persiguiendo quimeras aunque aún te queden energías para hacerlo.Es ahora, cuando pasadas las lejanas angustias adolescentes, tomadas casi todas las decisiones importantes, miras alrededor y con meridiana claridad ves quién eres. Además, una luz intensa te ilumina la absoluta certeza de saber quiénes son los otros.
Ya no hay refugio en los congéneres, ni lugar para el arrepentimiento. He dejado de contar las veces que he vuelto a levantarme devastada de esas batallas. Acogerse a sagrado cuando ya no se puede enfrentar la pelea y huir es lo más sensato. Ninguno de nosotros, a estas alturas, queda libre de culpa.
Mi personal sanitario de cabecera no me da el alta. Me estudié bien el papel, me aventuré a salir, incluso he dejado de matar a veces: Isabelita Cela no murió, me fui un domingo de orgía y me resistí con todas mis fuerzas en la historia de la pérfida médico.Pero no hay caso. Coinciden unos y otros en que me queda rabia, y sangre. Como quien te dice no hagas fuego aunque tengas frío, y te da un mechero.Ni que la vida fuera otra cosa que una locura incierta.
Tengo que decirles que en realidad sólo he estado presa del vértigo amarillo... pero esa es otra historia... para otra Terapia.
ASEPSIA
Cuando ella se fue cambié las sábanas, las toallas. Limpié con lejía el baño y hasta cepillé con fruición y cuidadosamente las juntas de los azulejos de la bañera. Aspiré el sofá. Lavé cortinas y fregué los muebles. Con la tercera pasada de fregona al suelo quedé satisfecho.
No importa cuántas veces desde entonces había repetido ese ritual a conciencia, al poco tiempo, empecé a hacerlo en la ducha. Veinte pasadas de esponja de crin y gel perfumado en cada brazo, antebrazo, muslos, gemelos. Treinta en el pecho y vientre. Treinta en la espalda, a cepillo. Cuarenta en los pies. Cincuenta en cada mano. Anverso y reverso. Las uñas. Las orejas. El pelo.
Creí estar haciéndolo todo bien, sin embargo, años después, sigo sin comprender por qué cada vez que me acerco las manos a la cara puedo aún aspirar el olor entre amargo y dulce de su sangre.