No consigo dominar la rabia. Esa rabia contenida de la
que me hablaba el psicólogo que disfruta con Poe.
Lo
intenté con el yoga. Lo he intentado con gimnasios, bailes, kárate, taichí,
drogas. Nada. Tras largos períodos en los que parezco en calma, dócil, domesticada,
la rabia vuelve a surgir, tenaz, implacable.
Con
la rabia no se nace. Esa cólera es inoculada. Es un virus silente, ciego. La
herida, al principio, ni la notas. Ni
sabes que la llevas dentro.
Es solo mirando hacia atrás cuando la ves.
Cuando observas un delirio hiperactivo, cuando respiras la ansiedad, cuando no
hay otra salida que la violencia. Entonces, y solo entonces, es cuando abominas
de las aguas mansas, y solo te quedan ganas de atacar, morder y destrozar.
Cuando nunca te sangrarán los nudillos lo suficiente como para saciarte.
No
hay guerrero tan fuerte. Santa Quiteria
me ampare: No hay cura para este mal.
Otro
botón de muestra:
MUERTO
- Ana, D. Miguel ha muerto.
Al
otro lado del teléfono la voz de su madre suena rota, compungida de dolor.
Apenas parece la suya, ahogada en lágrimas como tiene la garganta. Le cuenta
que ha sido en la noche, sin dolor, Gracias a Dios.
-
Niña, tú sabes D. Miguel fue el mejor señor que podíamos tener, no sé que
hubiera sido de nosotros sin él. Qué pena, qué pena , Dios mío, ¿por qué
siempre se van los mejores? Por supuesto que todo está dispuesto para que
puedas venir al entierro. Con lo que él te quería, que te dejaba estar en la
casa grande como si fueras otra más de sus hijas, y cómo le gustaba que le
leyeras. Que Dios lo tenga en su Santa Gloria. Es lo menos que puedes hacer. La
señorita Elisa ya me ha dicho que te va a hacer una transferencia para que
puedas comprar el billete.
Ana
cierra los ojos y visualiza con desgana el aeropuerto, el avión, el entierro, el pueblo.
-
Claro que sí, mamá, ahora mismo me pongo y busco el primer vuelo. Dame el móvil
de Elisa. Quédate tranquila, que llegaré
a tiempo.
No hay
un gesto de dolor. Solo un atisbo de
tristeza, una mueca de asco por no haber tenido nunca suficiente valor para
haber matado al puto viejo con sus propias manos, mientras le repetía al oído:
- No te muevas. Y no vayas a contárselo a
nadie.
Tus escritos nunca defraudan Mila :)
ResponderEliminarGracias María, nadie es infalible, y nunca es mucho tiempo.
EliminarDicen que admitir lo que uno tiene es el principio de toda cura; verás si al final esta terapia nos va a dar resultado. Seguro que Ana va a comprobar si el viejo está muerto de verdad. Yo, como tantas veces he escuchado, bailaría sobre su tumba.
ResponderEliminarBravo Mila! Desde que la madre adoraba al viejo se me estaba encogiendo el corazón.
ResponderEliminarGracias Ro, por los vítores y la confianza.
EliminarUna vez más hay que rendirse a la evidencia, y van... Es un placer entrar en esta Terapia y ver como despiertas los sentidos. El relato no se puede modular mejor para llegar a lo sublime, y el final : "No te muevas. Y no vayas a contárselo a nadie", una nueva genialidad.
ResponderEliminarMila, la impaciencia por la próxima Terapia me envuelve, no me tardes.
Gracias Marcos. Rendida, yo. Mis murallas, papel al viento,las lleva envueltas tu impaciencia.También he visto pasar volando la evidencia y lo sublime.
EliminarPuto viejo, Mila. Gracias pro tus relatos
ResponderEliminarGracias a ti, Manuel, siempre y por supuesto. Por leerlos, por apreciarlos, y por tantas otras cosas.
EliminarEste relato parece un espejo, genial.
ResponderEliminarMuchas gracias Rubén. Es genial que te lo parezca.
EliminarQuerida, a veces, me confundes; no sé si estudiantes las Letras o la Psicología. Sencillamente genial. Tienes un don muy especial para describir las miserias humanas. Impaciente estoy por que llegue la siguiente terapia. Me tienes intrigada.
ResponderEliminarMi beso para ti, Mila.
Gracias Katia. Me llena de responsabilidad satisfacer intrigas. Soy más bien de carácter reservado a las mareas. Otro beso para ti.
EliminarAunque yo también intento deshacerme de la rabia , a veces, como tú, la veo tan necesaria.
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