"El canto
del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos,
de los árboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos."
José María Arguedas. Los ríos profundos.
El Zumbayllu es una peonza de colores con agujeros.
Cuando se baila produce un sonido que simboliza los sueños, la libertad; una
espiral expansiva en constante renovación, la fuerza de una revolución de deliciosa locura.
¿Quién,
con mi historial, no se enamoraría de esa imagen? Caí rendida a los pies del
zumbayllu nada más encontrarlo en la novela y a falta de destreza para los
nombres bien sonantes, elegantes y con misterio, me escondí detrás de la
enigmática palabreja. Me escondí, literalmente: fue mi pseudónimo durante mucho
tiempo.
Detrás
del zumbayllu están muchas historias que, a falta de técnica, eran todo pasión.
Borbotones de lágrimas o risas incontroladas derramándose por los renglones sin
contención ni moderación alguna. La mayoría todavía andan en el disco duro de
algún ordenador, o garabateadas en las hojas de cualquier libreta que
encontrara a mano.
Esta,
que se me viene a la mente en este post de nostalgia, que para eso estamos en
año recién estrenado, tuvo más suerte, y se publicó en un volumen junto con
otros relatos de reducido formato que
recuerdo con alegría, pues los organizadores del certamen lo presentaron en una
fiesta, y el microcuento fue dramatizado en el escenario. No cupe en mí de
gozo.
EL TIEMPO
"...Fue
como si de repente, a un reloj perfectamente sincronizado, se le pararan de
golpe todas las piezas. Y sonó. Sonó un frenazo agudo, chirriante, y se escuchó
como si todos los resortes aguantaran estirándose hasta el máximo para luego
saltar disparados. Pude oírlo. También pude verlo, primero como en esos
documentales en los que te enseñan las entrañas de cualquier maquinaria, y
luego como en los dibujos animados cuando por exceso de aceleración a un
personaje le estallan los muelles. En términos más físicos, la sangre corría a
galope tendido sin saber muy bien hacia dónde y el corazón se salía por la
boca; una lágrima, osadamente, se asomó al ojo izquierdo, pero se ve que se
asustó, y no llegó a tirarse de cabeza. Luego, ya más calmada, me pareció de un
presuntuoso en grado sumo que tu visita tuviera algo que ver conmigo. Recogí
mis piezas y me las guardé en el bolsillo. Menos mal, porque a lo mejor podrías
haber tropezado con alguna de ellas al pasar por mi lado como si nunca
hubiéramos sido quienes fuimos"
Publicado en Los vicios solitarios, Ed. Igriega, Noviembre 2003
Tiempo
después aprendí que las lágrimas ni se tiran de cabeza ni se suicidan, cosa que
me ha ayudado muchísimo en mis evoluciones posteriores, pero me hizo perder la
inocencia.
Las lágrimas ni se tiran de cabeza ni se suicidan, me encanta esta metáfora.
ResponderEliminarGracias Carmen...
EliminarEl deposito de las lagrimas se llena de sentimientos, por eso se salen buscando libertad.
ResponderEliminarQué poético Rubén...
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