Todos tenemos una
parte escondida a los ojos ajenos. Un resquicio íntimo y taimado que no
queremos que nadie vea. Ya sea por timidez, miedo a ser juzgados o retorcida
vanidad, apartamos nuestro pequeño espacio de la luz cegadora del conocimiento
del otro. Para algunos, su lado oscuro es un “lo siento, no te he visto” que
rezuma falsedad, un bombón de más a escondidas, una mirada de celos, un “lo olvidé” cuando fue totalmente a propósito. Otros, sin
embargo, bajo una apariencia benévola ocultan un tirano, una hidra, un sádico
vampiro que succiona todo lo que encuentra a su paso.
Todos tenemos
nuestra parcela de locura. El vértigo es descubrir la de los otros.
Podemos convivir
pacíficamente con nuestra locura, una vez que nos convencemos de que luchar contra ella es un gasto de
energía inútil. Lo que no quiere decir que no se revele de vez en cuando sin
que nos alteremos lo más mínimo. Sin
embargo, se nos eriza el vello solo de pensar en el grado y la naturaleza de la locura de, digamos, cualquiera. En la
historia del primer post, Diagnóstico, cuando ella descubría el hilillo de
sangre que asomaba a la comisura de los labios de su pareja después de volver
de caza, el terrorífico miedo es el que nace de que el otro no sea lo que nosotros
creemos.
Nos fascina, en la misma medida que nos asusta, el
brillito del colmillo, la ceja levemente arqueada, la media sonrisa del
escalofrío.
Horacio Quiroga
tiene un magnífico recopilatorio de relatos titulado Cuentos de amor, de locura
y de muerte. En uno de mis cajones, había un relato donde conviven los tres:
LA CAJA
Hay una caja en el alma
donde se guardan todos los demonios, como en la de Pandora. Paul Beltrán sintió
que la suya se había abierto de par en par hacía no más de dos horas, cuando al
volver a ver a Isabelita Cela,
confundida entre una multitud que salía de unos grandes almacenes, se le cayó a
los pies algo más que la bolsa donde llevaba la caja del anillo.
Podía haber pasado en
cualquier otro momento, podía incluso, no haber pasado nunca y así hubiera
podido seguir adelante con su olvido, pero tuvo que ser precisamente la tarde
en que por fin se decidió a cambiar de vida cuando su imagen se le paseó por
delante, como a tres metros, sonriente y distraída como salida de un mundo
feliz y sin preocupaciones.
Parecían no haber
transcurrido por ella los trece o
catorce años que llevaba sin verla, desde cuando la dejó atada y amordazada
después de asestarle sin querer el golpe que con más ganas jamás había dado en
su vida y salir huyendo hasta aterrizar en este país. Del suyo apenas recordaba
ni quería recordar nada.
Isabelita lucía el mismo porte altivo, la misma nariz
respingona de los que siempre andan como por encima de los demás, y sólo un par
de arruguitas en la comisura de los labios delataban que ya no era tan niña. No
había perdido la figura, ni la rotundidad de sus miembros alargados. A
cualquiera que la hubiera contemplado, como ahora él, en la distancia, nada le
hubiera hecho sospechar que una vez escapó de la muerte.
Isabelita Cela. Qué
ironía. Ahora que ya había conseguido olvidarla, ahora que ya había llegado a
un estado lo más parecido posible a la tranquilidad, resulta que se la cruza
por la calle en su misma ciudad, y viva, sí señor, vi-vi-ta.
No iba a quedarle otro remedio que dejar sus planes
para otro día. ¿Qué tal si por esas casualidades de la vida Isabelita y Beatriz
coincidían en el gimnasio, o en las clases de pintura? Seguro que con la suerte
que tenía Isabelita acababa contándole a la que iba a ser su mujer en
confidencia la mala experiencia que tuvo hace tantos años. No iba a permitirlo.
Esta vez, ya lo tenía decidido.
Mila, no te curarás nunca, de esa imaginación desbordante y esas descripciones bisturí que te rasgan los esquemas y te los abren en canal. Eso espero, que no te cures nunca de estos "males" y sigas ofreciéndonos estas miradas breves y profundas. Besos.
ResponderEliminarGracias Isabel. Tu mirada es el regalo.
EliminarSeguro que Isabelita lleva tras los pasos de Paul bastante tiempo. Y es sólo el principio de un plan perfectamente tramado para vengarse con creces. Veo que estás en tu periodo prodrómico. Saludos
ResponderEliminarAntonio, agradezco profundamente tu iniciativa feliz de retorcer el argumento. Posibilidad en la que yo no había pensado pero que tiene muy buena pinta.Para que luego digan que los psicólogos no sois claritos. Con respecto a tu diagnóstico he de decirte que no puedes imaginar lo bien que me siento sabiendo que tengo apoyo profesional, pero como comprenderás, he pedido una segunda opinión. Un beso. Gracias.
Eliminar¡Ah! Y gracias por el regalo Antonio. Colecciono palabras esdrújulas y esta no la conocía.
EliminarIsabelita...seguro que debajo de ese diminutivo inocente hay también un lado oscuro... Gracias por compartir tu terapia, es como si hubieras roto el hielo y ahora algunos queremos "terapiarnos". Nos vemos en la próxima sesión. Besos.
ResponderEliminarGracias Mari Carmen. Sin datos no sé si sé quién eres, pero me congratulo igual de tus ganas de "terapiarte". Gracias por animarme a que haya próxima.
EliminarYa sabes, Mila, que siempre me ha encantado tu "lado oscuro". Aun así, "La caja" me ha sorprendido. Es incluso más oscuro aun de lo que yo había visto en tus interioridades. Y por supuesto ME ENCANTA!! Por eso y por la facilidad que tienes en contar una historia tan completa en tan pocas líneas. No dejas de sorprenderme!
ResponderEliminarPino ,
EliminarTú siempre has mirado mis oscuridades con la luz perfecta de tu cariño...no sé si fiarme. Cada vez me pones el listón de la sorpresa más alto. GRACIAS.
Ohhh!! Me ha estremecido La caja. Te pido permiso para hacer uso de ella en alguna de mis clases.
ResponderEliminarGracias Carmen, concedido, por supuesto, para mi es un honor.
EliminarMi diagnostico? Estás más sana que una pera, querida. Lo único que te pasa es que estás sobrada de lucidez, desbordas caletre y tu imaginación no se detiene.
ResponderEliminarSigue escribiendo porque nos encanta.
Uf! Menos mal, después de tu segunda opinión me quedo más tranquila. Quién no se quedaría,con lo que me has soltado, ahí, sin avisar. Gracias de corazón. Por cierto, refrendo que mi equipo de psicólogos es alucinante, tú también me has regalado una palabra (no sabéis cómo disfruto buscando en el diccionario). Esta vez no es una esdrújula, pero rebosa musicalidad y sonrisa, como tú.
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