martes, 16 de diciembre de 2014

Sorpresas

     
  No me disgusta equivocarme con frecuencia, sobre todo porque de toda equivocación se aprende. Si además de mi error lo que se desprende es un beneficio para mi salud, pues una empieza a pensar que ya se podía haber equivocado antes.

      Mi resistencia de los últimos años a la actividad física disciplinada y continua alcanzó su final cuando por fin hice caso a uno de los miembros de mi equipo médico de cabecera, en versión fisioterapeuta, en clara confabulación con la parte más persistente de mi familia.

     Por fin les hice caso y comencé con mi particular escucha tu cuerpo, mima tu cuerpo. Con lo difícil que es conservar la sonrisa a veces en esos trances, y lo que yo me río en las clases. Será que además de la salud física, también me viene bien para la salud mental… ¿o no?.

     Para ese grupo de sufridoras del abdominal, luchadoras férreas en los ejercicios de laterales, y miembros de la resistencia eterna a la reiteración de los de glúteos; gráciles danzarinas de la grulla y amazonas incansables de la pelota gorda, a las que trato de imitar, con más o menos suerte, desde hace un par de años, para ellas, este relato, como cuando no había de dónde, y regalaba cuentos, este, para darles las gracias. También para ellos, que aunque en número menguado, no hay paloma, baby- cobra o perro al revés que se les resista. Me consta que, tanto entre ellos como entre ellas, los hay seguidores de esta terapia tan particular.



EL ANILLO


       Después del divorcio, volví a la ciudad y me puse a buscar gimnasio. Necesitaba un sitio donde poder seguir con mis ejercicios para aliviar mis problemas de espalda, un lugar discreto donde no tener que dar demasiadas explicaciones sobre cómo me lesioné.      Encontré aquella sala en el segundo piso de un concesionario de coches, en un polígono apartado a las afueras, casi al lado del campo, y me pareció ideal. Las clases combinaban Pilates, taichí, yoga, pesas... el tratamiento perfecto para mi espalda, y también para mi entusiasmo. 

      Todo cristaleras al exterior, era hermoso poder contemplar el horizonte como una bella recompensa cuando, en el extremo esfuerzo de los abdominales más dolorosos, conseguías levantarte una y otra vez. 

      Un esqueleto anatómico, que nos contemplaba impertérrito desde la esquina más alejada de la tarima de los monitores, amenizaba a la perfección el ambiente de los turnos de noche. Aunque muchas alumnas lo utilizaban de perchero, y casi siempre andaba cubierto con un par de chaquetas, no pude evitar fijarme en que llevaba, en el dedo corazón de la mano derecha, un anillo que me parecía precioso, de un gusto delicado para que lo llevara puesto un esqueleto. Un día de estos, preguntaría. 
      Al final de la jornada, un cacareo alegre de despedidas cruzadas, risas y comentarios nos acompañaba según bajábamos las escaleras e íbamos saliendo del edificio y tomando diferente camino. El ambiente me resultaba amistoso, familiar. Por eso no tuve dificultad, algunas semanas después de comenzar a asistir al último turno, para identificar con claridad las voces en la conversación que escuché sin querer al final del pasillo del supermercado, tapada a sus ojos por la pila de los cafés. 



- ¿Te has fijado en la nueva?


- Sí.

- ¿Y no te recuerda a nadie?

- Por Dios, Mari, claro que sí. 

- Es que es igualita, igualita, parece prima o algo. Mírala. Ni suda. Tan mona. Tan estilizada, tan pintadita. Y con esas pintas. Toda conjuntada, pero yo no sé de verdad dónde se creen que van. Y ya no es tan joven, que sus arruguitas las tiene, no creas que no. La otra era más joven me parece a mí. El otro día se hizo los doscientos abdominales como si nada, que la vi yo, que me puse detrás y la estuve observando y no se paró ni una vez. Y se levanta, la tía, como si eso no costara años de esfuerzo. Y cuando Felipe aconseja no cargarse, va ella y coge pesas, que es que es muy chula, y luego va y dice que no tiene agujetas. Vamos, vamos... y esa sonrisa que no se le cae de la boca…

- Frena, que te veo venir.

- ¿Que me ves venir? ¿Qué quieres decir con que me ves venir? ¿Pues no va a parecer que ahora tengo yo la culpa de que la otra se abriera la cabeza?. En la escalera estábamos todas, todas lo vimos, ¿o no? Se cayó e-lla-so-li-ta. Y qué aparatosa la sangre, parece que todavía estoy viendo el reguero en los escalones. En el del final en el mismo momento goteaba y todo, que estuvo un par de días el charco aquel...yo misma fui después a ayudarle a Purita, y no veas lo que costó quitarlo… ¿Qué hará.... por lo menos siete u ocho años, no? Dijeron que no se acordaba de nada cuando salió del hospital, que fue el marido el que insistió en que se mudaran.

- Pues no sé... yo ya no me acuerdo.

- Pues yo sí, y bien que me acuerdo. Y te digo una cosa...esta...que ande lista... que lo mismo le ponemos otro anillo al esqueleto.



9 comentarios:

  1. Incontrolables las ganas q tenía d terapía. Dejas al descubierto para encanto d mis ojos, ver la fiera indomable q much@s llevamos dentro, algunas veces dormitando, pero q en ocasiones despierta echa una furia. Besos.

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    1. Gracias Montse, tu entusiasmo por la Terapia me ayuda a seguir adelante. Todos, como bien dices, llevamos esa fiera dentro, y en manada se deapierta con más facilidad.

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  2. Gran entrada, haciendo recaer el acento sobre la belleza en la sencillez. Me gusta mucho la premisa que ud. plantea aquí. Con los anillos siempre empiezan grandes historias, mire a los Tres Mosqueteros y Ana de Austria.

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    1. Muchas gracias Alex. Es la belleza de las cosas sencillas la que de verdad lo es, y de la que particularmente disfruto de un modo especial. De anillos...qué decir que Tolkien no dejara dicho.

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  3. Gracias Mila. Una Terapia genial (eso no es ninguna novedad). A partir de ahora miraré el esqueleto del gimnasio y pensaré: ¿Qué secretos guardas, canijo?

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    1. Gracias Marcos. Es genial que te lo parezca. Seguro que alguno guarda...

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  4. Mila lo de las escaleras me ha dejado mosca. Mira que donde yo voy tengo que subir a una segunda planta, el último tramo en caracol, y te aseguro que ahí un traspiés "involuntario" sería tremendo. Muy bueno el relato. Besos.

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    1. Gracias Marisa. Segunda planta esta también, y esqueleto...

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  5. Hola, soy el esqueleto. Y aunque testigo presencial en el día de autos, debo decir que no tengo absolutamente nada que ver con los tejemanejes de aquí las presuntas. Ahora eso si, el anillo mu bonito mu bonito pero la próxima vez que sea de oro, que el latón me desgasta el calcio.
    P.S. Gracias Mila por incluirme en tu relato. Y recordad chicos/as... Mis cadavéricos huecos oculares os vigilan.

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