domingo, 8 de marzo de 2015

Lejos del paraiso

     Eres tú quien nació bajo el indefectible sino del machismo. De quien se esperaba que ser madre y esposa fuera su única vocación. A quien se educó para ser poco menos que ciudadano de segunda clase, y ahora le toca lidiar con un sistema anticuado y demoledor.


     Eres tú quien tiene que trabajar el doble para no cobrar igual, quien tiene que elegir entre familia o trabajo, o quien se tiene que multiplicar hasta la extenuación para conciliarlos, y quien se frustra las más de las veces al no conseguirlo.

     Eres tú quien se pertrecha a diario para soportar chistes vejatorios, gritos desde detrás de un volante, miradas y gestos hostiles; a quien se le supone aguante titánico, sonrisa eterna y dotes de magia en todas sus vertientes.

     Eres tú, quien a veces, llevada por la corriente arrasadora del peso de la costumbre, emula esos modelos obsoletos con los que viviste a la vez que promulgas los cuatro vientos reivindicaciones sobre igualdad y sus políticas.

     Eres tú, como soy yo, la que tiene la llave de la educación y el ejemplo, la que debe recordar a los hijos donde está la línea que nos une y la que nos separa, donde se encuentra la armonía basada en el respeto hacia el otro, aunque sea distinto, y que la violencia jamás está justificada, que el diálogo es la forma de crecer, amar y vivir, no las imposiciones, coacciones o amenazas.

     Eres tú, como soy yo, la que merece que tu familia sea un equipo, donde cada miembro tiene el valor equivalente de trabajar por la felicidad conjunta, y no una estructura monárquica donde los reyes son de mejor calidad que sus súbditos.

   Eres tú, como soy yo, la que merece que la palabra respeto se nutra a diario con ejemplos y no haya excepciones.

    Es tu legado el que queda. Ese futuro que quieres se forja ahora, todos los días. Es tu momento, es el nuestro.

LOBA



     Se ha metido a rosca los pantalones más estrechos del armario. A pesar de llevar una semana a dieta el botón se sigue resistiendo a abrazar con suavidad el michelín de la cintura, hasta sin respirar. Quizá tendrá que sacar de donde no hay otra hora para ir al gimnasio.

    Un vistazo al reloj y al arrojarse a prisa por las escaleras comprueba, en que sus piernas no la obedecen del todo, que su cuerpo no ha terminado aún de despertar
.
    Ya delante del espejo, a sorbos de café, se ha puesto iluminador en las ojeras, base de maquillaje, delineador de ojos, tres colores de sombras de ojos. Rímel. Colorete. Perfilador. La barra de labios del color que mejor pega con la blusa. La pátina acuosa que aún le cubre los ojos no le ha permitido ver que le asoma un vello fuera de sitio en las cejas.

    Cuando desenchufa la plancha flota en el cuarto de baño un olor dulzón a suavizante y pelo caliente. Por último, consigue meter los pies con dificultad en esos zapatos de tacón tan alto que sabe dentro de unas horas aborrecerá haberse puesto.

    Cuando levanta el rostro para buscar el bolso ve a Daniel, que se ha bajado solo de la cama, se ha deslizado silenciosamente por la escalera con su pijama de nubes y su osito abrazado, y que ha estado observándola en silencio mientras terminaba de arreglarse. Aunque es un lunes sin colegio, como siempre, él ha madrugado, y con esos ojos de andar descubriendo el mundo que le otorgan sus escasos cuatro años, la mira fijamente y le pregunta...Mamá...¿Otra vez vas hoy a la guerra? Quieres que te preste mi pistola de rayos paralizadora?

10 comentarios:

  1. Dulce y realista. Espectacular como tus palabras describen el día a día de una mujer. Bonito relato para un día tan especial. Feliz día de la mujer. Besos.

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    1. Gracias Montse, como siempre, me miras con los mejores ojos.

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    1. Gracias Manuel, es un enorme honor que así lo consideres.

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  3. Emocionarme ha sido poco, querida. Gracias, gracias, gracias, Mila.
    No sabes cuanto disfruto y cuanto me conmocionas!

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    1. Gracias a ti, Katia, soy yo la emocionada por tus comentarios.

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  4. Una vez más, gracias Mila. He dejado pasar el tiempo para tratar de encontrar las palabras adecuadas a esta maravillosa Terapia. Pero a cada adjetivo le encuentro límites, límites que usted parece no tener.
    Espero impaciente la siguiente Terapia.

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    1. Una vez más, gracias, Marcos. Se quedaba coja esta Terapia sin su comentario. Lo que no tiene límites, en este caso, es mi agradecimiento.

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  5. Tus palabras son en realidad esa pistola paralizadora que sostiene el pequeño de tu cuento. Y aquí me tienen, paralizado frente a la pantalla, detenido en la terapia como mejor opción para este viernes que no acaba de transcurrir nunca.

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